Carta Pastoral en el Día de la Vida Consagrada. Febrero 2019

“Padre nuestro. La Vida Consagrada, presencia del amor de Dios”

Queridos Miembros de Vida Consagrada:

Me dirijo a vosotros con gozo, dando gracias a Dios por vuestra vocación y vuestro carisma con los que estáis sirviendo a la Iglesia y a la sociedad. Siempre me alegra encontrarme con vosotros alentando vuestra esperanza en el peregrinar sosegado unas veces y otras, inquieto hacia la meta de la santidad. El papa nos recuerda que “la vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida”[1].

La Jornada de la Vida Consagrada, compromiso de todos

Todos los diocesanos estamos llamados de manera especial en esta Jornada a acompañar a los miembros de la Vida consagrada con nuestra oración, dando gracias a Dios por este don para la vida de la Iglesia con el que descubrimos día a día la dimensión transcendente a través de su estilo de vida reflejado en las consejos evangélicos de obediencia, pobreza y castidad. “La vida

consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión, ya que indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana y la aspiración de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo”[2]. Sin duda, “como expresión de la santidad de la Iglesia se debe reconocer una excelencia objetiva a la vida consagrada, que refleja el mismo modo de vivir de Cristo”[3]. Las personas consagradas se manifiestan en el don de sí mismas por amor a Cristo y en Él a cada miembro de la familia humana. “Con esta certeza que ha animado a innumerables personas a lo largo de los siglos, el pueblo cristiano continúa contando, consciente de que podrá obtener de la aportación de estas almas generosas un apoyo valiosísimo en su camino hacia la patria del cielo”[4].

Presencia del amor de Dios

El lema para esta Jornada es: “Padre nuestro. La Vida consagrada, presencia del amor de Dios”. Ciertamente es esta una bella definición de la vida consagrada, fácilmente inteligible y constatable para todos. Basta observar la vida y el testimonio de los consagrados para darnos cuenta de que Dios Padre nos ama entrañablemente, como por otra parte nos reveló Jesús en la oración del Padrenuestro con la que enseñó a orar a sus discípulos. El pasado año os decía que debía ser el amor de Dios el que nos mueva en toda circunstancia. Y este es un amor desinteresado, gratuito, sobreabundante, que entrega la vida. Sentir este amor da un corazón agradecido. Esto se refleja en vosotros, queridos consagrados, de manera especial, a través de vuestra actitud contemplativa o de vuestra actividad apostólica. El testigo fiel del amor de Dios Padre es Cristo que ha de ser referencia para todos los cristianos en general y en especial para los consagrados. “La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya”[5]. En la práctica gozosa de la castidad, en la pobreza evangélica al servicio de los pobres y en vuestra obediencia se percibe que la fuerza del amor de Dios puede obrar grandes cosas para realizar la misión evangelizadora, mostrando vuestra predilección por los pobres, promoviendo la justicia, y cuidando de los enfermos y de los débiles material y espiritualmente. La pureza es el aspecto positivo de la pobreza que hace posible el servicio y dispone a ser servidor. La virtud propia y la consumación de un alma de servidor es la fidelidad, virtud de vinculación al prójimo. El servidor hace la obra de otro, manteniéndose en la constancia y la probidad. “Porque has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor” (Mt 25, 23). Os debéis a Dios y todo lo que hagáis debe manifestarlo. “El modo de pensar y de actuar por parte de quien sigue a Cristo más de cerca da origen, en efecto, a una auténtica cultura de referencia, pone al descubierto lo que hay de inhumano, y testimonia que sólo Dios da fuerza y plenitud a los valores”[6].

Alegría por vuestra presencia

Nos alegra tener esa presencia del amor de Dios en vosotros, recordándonos que Cristo vino a servir y no a ser servido y siguiendo los Consejos evangélicos deseáis ir a donde Cristo fue y hacer lo que Él hizo, dejándonos esa vía luminosa de la esperanza. Al agradeceros todo lo que estáis haciendo en nuestra iglesia diocesana, os saluda con todo afecto y bendice en el Señor.

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela

 

[1] FRANCISCO, Gaudete et exsultate, nº 158.

[2] JUAN PABLO II, Vita consecrata, nº 3.

[3] Ibid., nº 32.

[4] Ibid., nº 3.

[5] FRANCISCO, Gaudete et exsultate, nº 21.

[6] JUAN PABLO II, Vita consecrata, nº 80.