Homilía de mons. Barrio en la conmemoración del centenario de la Grande Obra de Atocha

Hace cien años se ponía la primera piedra de la Grande Obra de Atocha en este barrio, en esta ciudad. Era la piedra material porque la piedra de la fundamentación espiritual ya estaba puesta. Resuenan con frescura los ecos de aquel memorable discurso pronunciado por la niña Carmen Gutiérrez Santos en aquel acto representando a sus compañeras. El mensaje era sencillo y claro: el sueño de la Grande Obra debía convertirse en realidad más bien pronto que tarde. Decía: “Cien veces al día hemos hablado de la Grande Obra de Atocha; por la mañana pidiendo a la Virgen para que la levantase pronto: en la capilla porfiando con el Niño para que dijese que sí, que no nos dejaría sin la grande Obra y para comprometer su palabra hasta llegamos a empeñar su cuna. A Jesús, José y María hemos acariciado con nuestros besos que es la manera con que piden las niñas pequeñitas a sus papás”. La primera piedra era el cimiento para construir esta benemérita institución en la que el hogar, la Iglesia y la escuela recogerían los anhelos, las penas, las tristezas y las lágrimas de tantas madres de este barrio humilde de Atocha.  El Venerable Don Baltasar se ponía a pie de obra y el sueño se fue convirtiendo en realidad conjugando los esfuerzos personales con la providencia divina. No deberíamos comer el pan de la memoria para que el tiempo no nos ahonde en el olvido. Por eso hoy recordamos con gratitud, asumiendo el presente y mirando con confianza al futuro con la luz de la Palabra de Dios y con la fuerza de los sacramentos. Es el momento de hablar de las piedras vivas que en este momento continúan construyendo la Grande Obra como son las Hijas de la Natividad y quienes colaboran con ellas.

La Iglesia nos llama a encontrarnos con el Salvador que Dios nos ha enviado. La luz de nuestras obras, de nuestro amor, es la actitud a discernir. Encontrar a Dios en la luz. “Quien ama a su hermano permanece en la luz”. Conocer a Dios es unir la fe con las obras. Hemos de grabar en nuestro corazón estas frases: “Quien dice que permanece en él, debe vivir como él vivió. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz. Quien es de la luz, guarda los mandamientos”. El Verbo encarnado se sometió a la amorosa providencia de Dios y fue fiel a los preceptos de la Ley. Simeón, hombre justo y piadoso, con sentido de las cosas de Dios, reconoce en Jesús niño al salvador. Supo descubrir desde el primer momento lo que tantas personas hoy no acaban de entender, influenciados por criterios humanos y naturalistas. Jesús es una luz que va a ser signo de contradicción, porque unos la aceptarán y otros la rechazarán. La salvación para que sea luz y gloria ha de recorrer un camino de sufrimiento y de dolor. La vida interior como manifiesta Don Baltasar en la espiritualidad de la Grande Obra, es la base de la identidad cristiana y de la autenticidad del testimonio sobre Cristo y su Evangelio. Esto comporta muchas horas de oración silenciosa. La espiritualidad de la Grande Obra no puede caer en el activismo naturalista  o acción humana que son insuficientes para descubrir a Cristo ante los demás y aun ante la propia conciencia.

Quien vive la experiencia del Amor de Dios necesita comunicarla a través del lenguaje inteligible por todos: el del amor y el de misericordia. Amor de comunión y de comunicación como camino de entendimiento entre las personas superando nuestro individualismo. Amor de servicio humilde que cuida de los pequeños y los débiles. Amor de entrega de quien pierde su vida al servicio de los demás, sabiendo que “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios”. La fe nos lleva a proclamar que Jesús es el Señor; la caridad nos da la dicha de manifestarlo; y la misericordia nos lleva a mirar a los demás con los ojos del corazón.

Pidamos al Señor que nos conceda reconocerle como el anciano Simeón para acompañarle y dejarnos acompañar con él, amando a Dios y a los demás. Que “el Espíritu Santo, llama profunda que escruta e ilumina el corazón del hombre, restablezca la fe con su noticia y el amor ponga en vela la esperanza, hasta que el Señor vuelva”. Amén.