Homilía de mons. Julián Barrio en la fiesta de San Juan de Ávila

Con todo agradecimiento os felicito fraternalmente a vosotros, queridos sacerdotes, que celebráis las Bodas de Platino, Diamante, Oro y Plata sacerdotales. Son años de sacerdocio en que vamos experimentando que el Señor enriquece nuestra pobreza y fortalece nuestra fragilidad, recordando que es el Señor quien nos ha elegido (Jn 15,16). Hoy llegáis con la ofrenda de vuestra vida, manteniendo vuestra fidelidad, y proclamando su misericordia. A los problemas de cada época Dios responde con la gracia oportuna para asumirlos y superarlos con amor y realismo. “Por eso, en cualquier circunstancia en la que se halle, y por dura que esta sea, el sacerdote ha de fructificar en toda clase de obras buenas, guardando para ello siempre vivas en su interior las palabras del día de su Ordenación, aquellas con las que se le exhortaba a configurar su vida con el misterio de la cruz del Señor”.

En nuestro peregrinar la Palabra de Dios nos ilumina. Un hecho tan significativo para la vida de la Iglesia como la conversión de Pablo indica la especial intervención divina para convertirlo de perseguidor en apóstol: es Cristo Resucitado quien le sale al paso con una luz nueva que primero le ciega y luego será claridad de fe. Jesús le mostró su predilección, al decir: “Es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes”.

Para nuestra vida cristiana es esencial el mensaje del Evangelio. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Este anuncio causó perplejidad y suscitó una pregunta: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? El evangelista nos responde: Cristo es la vida eterna  porque es la vida misma de Dios. El Pan que nos da es él mismo y por tanto es el pan de vida; así comulgamos con su vida misma y con su misma persona. “Oh Dios mío, esto es demasiado mayor que nosotros: sé Tú solo, por favor, responsable de esta enormidad”, escribía P. Claudel. San Juan Pablo II hablará del asombro eucarístico. Configurarnos con Cristo nos lleva a dejarnos partir como pan que se comparte para la vida del mundo en el camino hacia la santidad. Si no vivimos en comunión profunda y permanente con Cristo Eucaristía,  nuestro vivir no será realmente cristiano, y no tendremos vida en nosotros.

Así lo entendió y vivió san Juan de Ávila. “Un sacerdote que, bajo muchos aspectos podemos llamar moderno, especialmente por la pluralidad de facetas que su vida ofrece a nuestra consideración y por tanto a nuestra imitación”. “Su recia personalidad, su amor entrañable a Jesucristo, su pasión por la Iglesia, su ardor y entrega apostólica son estímulos permanentes para que vivamos en fidelidad la vocación a la que Dios llama a cada uno” (Mensaje Conferencia Episcopal Española en el Vº Centenario de su nacimiento).

Es un testigo del amor de Dios en Cristo resucitado. En esa cruz pastoral propia del que vive el evangelio, se sintió inmensamente amado y escuchado, como lo refleja en el Audi, filia: “Escucha, hija, mira y pon atento el oído”. Esta es la actitud de respuesta amorosa a Dios que es el que con permanente amor nos escucha, nos mira y pone atento el oído a todas nuestras penalidades. El Santo Maestro decía que hemos de pisar por donde Cristo pisó, porque no se evangeliza con estrategias, métodos, acciones, sino que los que evangelizan son personas que adoptan un determinado estilo de vida que es la que verdaderamente evangeliza. “Decir pues que el Apóstol Pablo no vivía para sí, es decir que no buscaba sus intereses ni su gloria, sino los intereses, la gloria y la honra de Dios: que conforme a la voluntad de Dios era gobernada su vida” (Com. Gal 25).

San Juan de Ávila fue un enamorado de Jesucristo, dejándose amar por Él. Evangelizar no es otra cosa sino contagiar esa relación de amor. Pero fue también un enamorado de la gente, reflejando el amor de Dios para con todos. Su vida y su tiempo es para los demás. Se interesa por la vida espiritual porque sabe que sin Dios no somos nada. Decía de él Fr. Luís de Granada, “no era suyo, sino de aquellos que lo habían menester”. Se desvivió expropiándose de sí mismo. Vivió lo que predicaba. Sus palabras iban acompañadas con las obras, siendo admirable su coherencia de vida. La pobreza y el acercamiento a los pobres con austero estilo de vida son necesarios para una efectividad evangelizadora. No concibe la misión sino en fraternidad con otros sacerdotes y laicos, creando comunión en su entorno. Nos sorprende la cantidad y diversidad de vocaciones laicales, consagradas y sacerdotales que promueve. Fue un auténtico Maestro de santos, definiendo la formación permanente como un dejarse formar por Dios a través de los acontecimientos de la vida, sobre todo por el ejercicio del  ministerio, buscando siempre la voluntad de Dios con una disponibilidad plena para cumplirla.

Queridos membros da Vida Consagrada e laicos, “sede conscientes do gran don que os sacerdotes son para a Igrexa e para o mundo; a través do seu ministerio, o Señor segue a salvar aos homes, a facerse presente, a santificar. Sabede agradecer a Deus, e sobre todo sede próximos aos vosos sacerdotes coa oración e co afecto, especialmente nas dificultades, para que sexan cada vez máis Pastores segundo o corazón de Deus”. Que a Raíña dous Apóstolos, Santiago Apóstolo e San Xoán de Avila intercedan por nós para que en todo momento reflexemo-a realidade do Bo Pastor.