Homilía de mons. Julián Barrio en la Solemnidad del Apóstol Santiago

Excmo. Sr. Delegado Regio
Queridos Sr. Cardenal y Sres. Obispos
Queridos Capitulares
Queridas Autoridades
Queridos sacerdotes, Vida Consagrada y laicos
Miembros de las Órdenes de Santiago
Miembros de la Archicofradía del Apóstol Santiago
Televidentes y Radioyentes
Peregrinos llegados a Santiago

“¡Santo Apóstol Santiago, haz que desde aquí resuene la esperanza!” En esta solemnidad se nos llama a renovar el compromiso de seguir construyendo la ciudad de Dios en medio de la ciudad de los hombres, abriendo nuestro corazón a la alabanza. El amor de Cristo nos urge a trasmitir la alegría del Evangelio “que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Él”, como escribe el papa Francisco.

En esta misión agradecemos a Dios el don de la fe, “manantial perenne de esperanza y de caridad”, que “nos da la humilde certeza de que la vocación del ser humano a la esperanza no es absurda sino razonable y realizable. Jesucristo resucitado es la razón de nuestra esperanza, realizable por el poder y la gracia de Dios”[1]. Muchas personas buscan la verdad y esto confirma nuestra misión. “La fe siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto porque implica la osadía de ver lo auténticamente real en aquello que no se ve” (Benedicto XVI). El apóstol Pablo dirá: “Creí por eso hablé”. La transmisión de la fe y de los valores cristianos es un desafío “porque vivimos encerrados en un mundo que parece ser del todo obra humana y no nos ayuda a descubrir la presencia y la bondad de Dios Creador y Padre”[2].

Testimoniar nuestra condición de hijos de Dios encuentra dificultad en la mentalidad del hombre que cuando se idolatra a sí mismo, definiendo la vida y el sentido de la misma, se absolutiza, destruyendo o poniendo en peligro la naturaleza y la humanidad. La descristianización y el deterioro moral de la vida personal, familiar y social, están generando un cambio cultural en el que “nos vemos invadidos por un modo de vida en el que la referencia a Dios es considerada como una deficiencia en la madurez intelectual y en el pleno ejercicio de la libertad“[3].

Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.  “Los  católicos tenemos que vivir hoy con alegría y gratitud la misión de anunciar el nombre y las promesas de Dios como fuente de vida y de salvación”[4], convencidos de que, a pesar de las propias debilidades, “la propuesta cristiana nunca envejece” (EG 11), y no es un espectáculo sino entrega de la vida en la cruz.

El martirio del Apóstol Santiago nos indica que la cruz forma parte de nuestra vida. “Llevamos siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (2Cor 4,10.12). “Testigo de la pasión de Cristo y  partícipe de la gloria que se va revelar” (1 Pe 5,1), la Iglesia peregrina sabiendo que el Señor manifiesta su fuerza precisamente en nuestra fragilidad. Él es quien construye su Iglesia “que no puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros o amenazas, o de quienes pretenden cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables”[5]. La fuerza viene de Dios no de las vasijas de barro que somos nosotros.

Al venerar al Patrón de España, que  da contenido a nuestra historia por su misión evangelizadora, recordamos que los valores del Evangelio han informado nuestra cultura, punto de referencia en la construcción de un mayor progreso integral y viva esperanza del hombre. En medio de la incertidumbre hemos de manifestar nuestra identidad cristiana con humildad, coherencia y responsabilidad, viéndonos necesitados tanto de verdad como de libertad. “La historia y la realidad actual de nuestra sociedad es muestra de la fecundidad cultural y social del cristianismo”[6], que ha favorecido la concordia, la justicia, y la caridad. Tal vez la camisa de fuerza de los prejuicios impida reconocer a Dios “que cuida de sus criaturas y hace salir el sol para todos, buenos y malos; el que sale cada día al camino para ver si vuelve el hijo que se ha ido de casa; el que acoge sin resentimiento alguno a quien regresa a Él”[7]. También estos son tiempos de gracia en los que podemos descubrir los valores porque Dios no nos ha retirado su providencia. En la bondad de Dios encuentra fundamento nuestra dignidad y libertad en toda circunstancia, también en la antesala de la muerte en la que “el valor inmenso de la persona enferma ha de encontrar una respuesta hecha de respeto, comprensión y ternura, porque el valor sagrado de la vida del enfermo no se oscurece nunca sino que brilla con más esplendor precisamente en su sufrimiento y en su desvalimiento”, como dice el papa Francisco.

Los apóstoles daban testimonio de la  resurrección de Cristo “de la que brota una creación nueva, que penetra continuamente en nuestro mundo, lo transforma y lo atrae a sí”[8]. Esta convicción conlleva un estilo de vida significado por el amor y la entrega a los demás, tratando de construir lo propio sin olvidar lo ajeno de quienes  están  cercanos o lejanos, y sabiendo que “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir”. “La Iglesia no pone nunca su esperanza ni encuentra su apoyo en ninguna institución temporal, pues sería poner en duda el señorío de Jesucristo, su único Señor”[9], y “la esperanza cristiana no favorece un falso espiritualismo ni nos lleva a desinteresarnos de los problemas reales o a menospreciar las cosas de la tierra. La verdad es que el cristiano, liberado para Dios y para su prójimo, está en condiciones de ser dueño y no esclavo de las cosas de este mundo, adquiriendo así una libertad nueva para el amor y la fraternidad. Quien espera de verdad la vida eterna valora las cosas de este mundo a la luz de la vida que espera y trata de irlas conformando constantemente a la vida reconciliada y fraterna que espera más allá de cualquier logro histórico”[10].

Sr. Oferente, con confianza acollo a vosa ofrenda para poñela no Altar. Agradezo moito a súa felicitación no vinte e cinco aniversario da miña ordenación episcopal. Apóstolo Santiago,  pídoche que protexas ao Papa Francisco e á Igrexa que peregrina en España para que nos manteñamos fieis a Cristo. Encomendo coa túa intercesión os froitos do Sínodo dos Xoves, a todo-los pobos de Hispanoamérica de maneira especial a aqueles que están pasando por grandes dificultades, a os pobos de España, de xeito especial ao pobo galego, tamén ás familias para que vivan a ledicia do amor polo camiño da santidade que é o rostro máis belo da Igrexa, como di el papa Francisco. Amigo do Señor, lembro con afecto e na oración a quenes outros anos celebraban esta festa connosco, confiando que gocen xa da felicidade eterna. Temos presentes as persoas que perderon a súa vida nas vísperas da túa festa de hai cinco anos na cidade polo accidente ferroviario. Encomendoche tamén a quenes morreron por calquera forma de violencia sempre irracional. Intercede polos nosos gobernantes para que saiban encontrar, en diálogo sereno e respectuoso coa verdade, solucións aos problemas políticos, sociais e culturais; e por todas aquelas persoas que están ofrecendo os seus mellores esforzos para responder ás esixencias do ben común. Co teu patrocinio, Santo Apóstolo, pido que o Señor bendiga ás súas Maxestades e á Familia Real, e tamén á Vosa Excelencia, Sr. Oferente, a súa familia e aos seus colaboradores. Amén.

 

[1] CEE, La fidelidad de Dios durar siempre. Mirada de fe al siglo XX, 1999, 20.

[2] CEE, Orientaciones morales ante la situación actual de España. Instrucción pastoral, 2006, 12.

[3] Ibid., 9.

[4] Ibid., 44.

[5] Aparecida, Documento, nº 11.

[6] Orientaciones morales…, 46.

[7] CEE, Dios es amor. Instrucción pastoral en los umbrales del tercer milenio, 1998, 31.

[8] Ibid.,  34.

[9] CEE, Orientaciones…, 24.

[10] CEE, Testigos del Dios vivo, 1985, 23.