Homilía de mons. Barrio en la Eucaristía de acción de gracias por el centenario de la Institución Padre Rubinos

Queridos: Sr. Presidente de la I. B. S., Miembros de la Junta Directiva, Autoridades, Sacerdotes, Religiosos y Laicos, Personas acogidas en esta Institución, Hermanos y Hermanas en el Señor.

Doy gracias a Dios al celebrar el centenario de esta Institución Benéfico Social Padre Rubinos que cuenta con una historia que le honra y que nos enorgullece. Reconozco también con gratitud la generosidad y disponibilidad de tantas personas, empezando por su Presidente, e instituciones que han hecho y están haciendo hoy posible esta bella historia de justicia y caridad, mirando al futuro. La Escuela Infantil, el Albergue de Transeúntes, la Residencia de Ancianos, el ropero y el comedor social configuran esta Institución, y los rostros de las personas atendidas aquí humanizan nuestra sociedad. Haciendo memoria del pasado con agradecimiento nos referimos a Sor Joaquina entre las Hijas de la Caridad y al P. Antonio Rubinos, personas queridas y valoradas que se han convertido en referentes inequívocos, como buenos samaritanos, que descubrieron la situación de tantas personas en los márgenes del camino de la existencia y no dieron rodeos sino que las miraron desde Dios. El P.  Rubinos decía que el Refugio, origen remoto de la actual Fundación, debía ser siempre “un puesto de defensa y de abrigo; una estación de parada y fonda para el náufrago de la vida, para el desorientado o desplazado de la sociedad… una Casa abierta día y noche para recibir a todos, sin más instancias ni documentos que la propia necesidad e indigencia, que en muchos casos no admite trámites ni dilaciones”. Son palabras de una asombrosa, y, al mismo tiempo, dramática actualidad.

El cristianismo enseña que del pasado viene la esperanza para el futuro, la esperanza está en la historia y el hombre al mirarse en ella se abrirá al futuro. La vida de fe, al igual que la existencia humana, tiene sus zozobras e inquietudes. “Todo tiene su tiempo y su momento”. Tiempo para nacer y para morir, pasando por las diversas circunstancias en que se desarrolla nuestro nacimiento y nuestra muerte: herir-curar, ganar-perder, guardar-tirar, romper-coser, callar-hablar, amar-odiar, guerra-paz. En todo debemos actuar como hijos de Dios. Con frecuencia decimos que nos falta tiempo. Lo nuestro es encontrar tiempo tanto para la oración como para el apostolado, tanto para la reflexión como para la actividad, tiempo para dedicárselo a Dios y tiempo para dedicárselo a los hermanos y a uno mismo, tiempo para el trabajo y tiempo para el descanso. Hay que colocar cada actividad en su lugar en torno al eje integrador que es Cristo para ser sus discípulos y vivir como él vivió. Hoy, también nos pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. La respuesta de Pedro es: “El Mesías de Dios”. ¿Cuál es la nuestra? Tal vez que es uno más de nuestra lista de conocidos pero que no nos ha seducido con su vida, muerte y resurrección para vivir sin tristeza ni decaimiento. Ojalá pudiéramos decir como Pablo: “para mí la vida es Cristo”, confesándole como el apóstol Santo Tomás: “Señor mío y Dios mío”.

En nuestro retorno a Dios al final de nuestros días habrá un discernimiento cuya descripción nos conmueve. “Todo lo que hacemos o no hacemos con el más humilde de nuestros hermanos, lo hacemos o dejamos de hacer con Cristo”, que se siente solidario de los más humildes: los hambrientos, los sedientos, los forasteros y los sin techo, los enfermos. Cuando nos encontramos con los más necesitados material y espiritualmente, nos estamos encontrando ya con el propio juez. La relación entre amor a Dios y amor al prójimo es inseparable. Decir que amamos a Dios es una mentira  si nos cerramos al prójimo. Sólo la luz de nuestra vida entregada al servicio de los demás ilumina nuestros ojos para ver lo que Dios hace por nosotros y lo mucho que nos ama. El programa del cristiano es un corazón que ve y siente a los demás.

En el peregrinar de nuestra fe sabemos cuando es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor. La mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor. Tenemos que ser testigos creíbles de Cristo. Amar a la Iglesia, tener predilección por los pobres y comunicar el Evangelio han de seguir siendo las estrellas que iluminen nuestro peregrinar en las noches de nuestra fe. Acojamos el amor de Dios para sentirnos impulsados a amar a los demás, sobre todo a los más necesitados. Con mi oración y agradecimiento a todas las personas que con la entrega de su vida están haciendo posible que esta Institución y sobre todo las personas que a ella se acogen, tengan vida. Amén.