Homilía Ofrenda del Antiguo Reino de Galicia al Santísimo Sacramento

Excmo. Sr. Oferente

Querido Sr. Obispo de la Diócesis de Lugo y Sres. Obispos de las Diócesis de Galicia

Queridas Autoridades

Queridos Miembros del Cabildo, sacerdotes, miembros de vida consagrada y legos, miembros de la Cofradía del Santísimo Sacramento, de Caritas y de la Adoración nocturna. Hermanos y hermanas en el Señor:

¡He aquí es el misterio de nuestra fe! Siguiendo una tradición secular, profundamente arraigada en el sentir religioso y espiritual, la comunidad cristiana gallega se siente convocada en esta catedral de Lugo, tienda del Altísimo, ante la presencia real y verdadera de Jesús Sacramentado para rogar a quien intercede por nosotros, postrarse en adoración confiada y loarlo por su infinita misericordia. Hoy esta Catedral se hace templo y corazón de toda la Iglesia en Galicia, acogiendo la ofrenda, en nombre de la querida Ciudad de Betanzos, presentada por su Alcalde. Contemplamos en esta solemnidad la maravilla de la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía, parte de las raíces de nuestra comunidad y de nuestra vida; y pidiendo que se vaya consolidando el proyecto de Dios en nuestra historia.

La Palabra de Dios nos recordó la alianza divina con el hombre en la historia de la salvación: Dios protegiendo al hombre, el hombre manifestando su obediencia a Dios: “Haremos todo lo que dijo el Señor y le obedeceremos” (Ex 24,7). “Cuando el hombre se olvida, pospone o rechaza a Dios, quiebra el sentido auténtico de sus más profundas aspiraciones, altera desde la raíz la verdadera interpretación de la vida humana y del mundo”. La alianza con Noé, Abrahán y Moisés son anuncios renovados de la alianza nueva y definitiva de Dios con los hombres sellada con la sangre de Cristo, así “los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna” (Heb 9, 15). El Señor nos invita a celebrar la Pascua con Él. “Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). Nos encarga preparar la Eucaristía pero todo el esencial es configurado por él, centro y contenido único de lo que se celebra: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”. “Esta es mi sangre derramada por vosotros”. ¡Haced esto en conmemoración mía!  Jesús nos ofrece el banquete de la libertad, del amor, de la felicidad. Nuestra vitalidad cristiana depende de la Eucaristía de tal forma que sin vida eucarística no puede haber sino apariencias de vida cristiana. La vida eucarística configura un estilo de vida que ha de imitar a Jesús que lavó los pies a sus discípulos, se inclinó ante los heridos en el camino de la vida, escuchó y curó a los enfermos de cuerpo y alma. Esto lleva vivir la comunión frente a la exclusión, asumir la integración frente a la marginación, y comprometerse en la solidaridad con los descartados de nuestra sociedad. Así configuraremos la sociedad cumpliendo la ley de Dios reflejada en la ley natural y en la recta razón, que muestra al hombre el camino a seguir para obrar el bien y alcanzar su fin. “La indiferencia religiosa, el olvido de Dios, la ligereza con que se cuestiona su existencia, la despreocupación por las cuestiones fundamentales sobre el origen y destino trascendente del ser humano no dejan de tener influencia en el talante personal y en el comportamiento moral y social del individuo. Ciertamente el hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero al fin y al cabo, sin Dios no puede menos que organizarla contra el hombre”. “El sabernos criaturas amadas por Dios nos conduce a la caridad fraterna y, a su vez el amor fraterno nos acerca a Dios y nos hace semejantes a Él. Pero quien le conoce de verdad, inmediatamente lo reconoce en todos los pobres, en todos los desfavorecidos, en los mendigos de pan y de amor, en las periferias existenciales”. Marginar a Dios no libera al hombre. Dios fundamenta nuestra dignidad en toda circunstancia, también en la antesala de la muerte en la que “el valor inmenso de la persona enferma, ha de encontrar una respuesta hecha de respeto, comprensión y ternura, porque el valor sagrado de la vida del enfermo no desaparece ni se oscurece nunca, sino que brilla con más resplandor precisamente en su sufrimiento”. Entregar la propia vida por los demás, es ser consecuentes con lo que hoy celebramos. El prójimo sea de donde sea, es aquel de quien cada uno es responsable, sabiendo que no se puede construir el propio sin velar por el próximo. Esta determinación nos ayuda a superar la corrupción.

“Dichosos los invitados a la cena del Señor”. En el memorial eucarístico el amor y la obra de Cristo permanecen presentes y vivos hasta el fin de los tiempos. “Recordamos la actuación de Jesús cuando comía con los excluidos e impuros, con los pobres y pecadores. Recordamos la multiplicación de los panes y los peces en la que hubo pan para todos. Allí entendemos que el pueblo de la nueva alianza es una fraternidad sin exclusiones. Allí entendemos que en la asamblea eucarística los últimos tienen los primeros puestos y que es el Señor quien nos constituye en esa nueva familia, en la nueva fraternidad en la que nadie queda excluido. La Eucaristía impulsa a todo lo que cree en Cristo a hacerse pan partido para los demás y, por lo tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno[1]”.

En Jesucristo se hace creíble su presencia real en medio de la historia, vinculada a la presencia en la eucaristía. La fuerza de la historia se encuentra siempre en el hombre que ama y sirve. “Al contemplar en adoración a la hostia consagrada, nos encontramos con la grandeza de su don; el Señor nos atrae hacia sí, penetrando en su misterio, por medio del cual quiere transformarnos, como transformó el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre”. Sentimos la presencia viva de Cristo. Iluminados por la palabra y fortalecidos por la Eucaristía, contribuyamos a una liberación positiva de la fuerza de la verdad, del bien, de la belleza del Evangelio y de la justicia en Galicia y en nuestro mundo. Renovemos nuestra devoción al Santísimo Sacramento. Al lado del Pan y del Vino pongo la ofrenda de nuestras gentes de Galicia con sus inquietudes, esperanzas y súplicas. Pido por la Familia Real, por nuestros gobernantes, por nuestras Diócesis, por Usted, Señor Oferente, y su familia, y por los que están colaborando con usted, y por todos los betanceiros para que el Señor Sacramentado les colme de bendiciones. ¡Bendito y loado sea el santísimo Sacramento del Altar, sea por siempre jamás bendito y loado! Amén.

[1] BIEITO XVI, Sacramentum caritatis, 88.