Intervención de Mons. Barrio en Cope: 11 de mayo de 2018

 

Este viernes conmemoramos en la diócesis al patrón de nuestro clero secular. En esta celebración de San Juan de Ávila felicito muy cordialmente a todos los sacerdotes, en especial a aquellos que festejan sus bodas de diamante, de oro y de plata de ordenación presbiteral. San Juan de Ávila es un ejemplo espléndido de entrega a la vocación y de servicio a la comunidad de los creyentes en el que los llamados a este ministerio podemos encontrar una renovada vitalidad.

En una época en la que el valor del compromiso se ha depreciado o ha sido devaluado, el testimonio de fidelidad a la llamada de Dios de aquellos sacerdotes que llevan 60, 50 o 25 años es una luz que ilumina a la Iglesia que peregrina en Santiago de Compostela. ¡Gracias a todos ellos por su dedicación y por su perseverancia! Porque en medio de las dificultades, de las miserias propias de cada hombre o de las limitaciones, prevalece el enorme don recibido y la conciencia de que ha sido Dios quien les ha elegido.

Y permitidme que en un día como el de hoy tenga también un recuerdo especial para nuestros seminaristas. Vosotros, jóvenes, sois el relevo necesario para estos sacerdotes que llevan años sembrando en nuestras aldeas, nuestras villas y nuestras ciudades las semillas del Reino. ¡Ojalá que vuestra alegría, ese asombro que sentís ante la llamada que os ha hecho el Señor, los sepáis transmitir a otros jóvenes, para que ellos, tal vez, se dejen interpelar por esa voz suave y seductora de Jesús diciendo “sígueme”.

A vosotros os invito a ser ambiciosos de grandes metas de espiritualidad. No seáis cicateros en vuestra respuesta a Jesús. Aspirad a subir a las cimas de la oración, la entrega y el servicio. No os contentéis con la mediocridad, no caigáis en la tentación de la tibieza. Sed valientes y ascended, con la ayuda y el impulso de vuestros compañeros, a contemplar las cumbres en las que el silencio de Dios se convierte en sonora y esperanzadora escucha.

Y vosotros, queridos diocesanos, rezad por todos ellos, por los curas mayores y los jóvenes, por nuestros seminaristas, para que el Señor lleve a término en ellos la obra buena que comenzó en medio del asombro, del temor y del temblor ante la llamada a este seguimiento radical.