Intervención de Mons. Barrio en Cope: 30 de noviembre de 2018

 

Este domingo celebraremos el Primero de Adviento. Es un tiempo de vigilancia, de espera gozosa ante la llegada del Señor Jesús. Simbolizaremos esa espera atenta encendiendo la primera vela de la corona de Adviento. La luz disipa las tinieblas. La luz que es Cristo derrota definitivamente al pecado, al Mal. El Adviento es fruto del inmenso amor de Dios hacia la Humanidad. Un amor tan grande que nos envió a su Hijo para salvarnos.

Nos aprestamos a acoger el misterio de Dios que se hace hombre por amor al hombre. El Creador todo poderoso se hace criatura débil. El Creador del Cosmos nos nacerá en un humilde pesebre, entre los pobres. Acogido sólo por los más sencillos. Por eso, acoger al hermano pobre es condición indispensable para ser seguidor de ese Dios que se hizo pobre. A ese Dios sólo puede seguirlo, sólo puede intuirlo, quien se sabe pecador necesitado del perdón sanador de Dios.

No podemos olvidarnos de los hermanos más débiles. Por eso este domingo primero de Adviento es también el Día Diocesano de las Personas con Discapacidad. En ellos se hace presente Jesús de un modo especial. Basta recorrer el Nuevo Testamento para encontrarnos con múltiples pasajes en los que Jesús se vuelca amorosamente con los hermanos más frágiles. A ellos les anuncia la salvación con hechos. A los discípulos del Bautista les dice Jesús: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados”. En este primer domingo de Adviento encenderemos la primera luz que ahuyenta las tinieblas y hace retroceder al Mal. Que esa luz nos haga ver también a los hermanos necesitados que viven a nuestro lado. Abramos los ojos para verlos y el corazón para acogerlos. Porque están tan cerca que nos cruzamos con ellos a cada instante.