Carta de Monseñor Barrio para la Jornada del Enfermo: “Nuestras vidas están tatuadas en Dios”

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  • El arzobispo recuerda a los afectados por el coronavirus y otras enfermedades y dice que los creyentes “toman en serio el dolor del prójimo, les conmueve y les empuja a hacer algo por remediarlo”

“En este tiempo estamos teniendo muy en cuenta a los contagiados por el coronavirus sin olvidar a quienes están afectados por otras enfermedades. Hemos lamentado dolorosamente la soledad en que muchos enfermos se han encontrado incluso en el momento de su muerte”. Así se dirige el arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio, a las personas enfermas en la carta que les dirige con motivo de la Jornada del Enfermo. En esta ocasión, monseñor Barrio, asegura que “sin duda las consecuencias de la pandemia que estamos viviendo, nos hacen tomar una mayor conciencia de nuestra fragilidad” e indica que en la vivencia cristiana del dolor permanece la esperanza y el servicio: “quien ama a ejemplo de Jesús alivia el sufrimiento y enjuga las lágrimas sin pensar en sí mismo y sin esperar a que se lo pidan”. Monseñor Barrio recuerda que en la Resurrección de Cristo “todos viven de su presente eterno y sus nombres quedan inscritos en el libro de la vida. Nuestras vidas están tatuadas en Dios: “Yo te llevo grabada como un tatuaje en mis manos” (Is 49,16)”.

En una intensa reflexión al hilo de la próxima celebración el día 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, de la Jornada del Enfermo, y desde la realidad de la pandemia del Covid19, el arzobispo compostelano señala en su carta que “los creyentes en Cristo “sufren con los que sufren” (Cf. 1Cor 12,26), toman en serio el dolor del prójimo, les conmueve y les empuja a hacer algo por remediarlo. Esta fe nos urge a hacernos cargo del impacto lacerante causado por la enfermedad y no necesita del sufrimiento para revalorizarse. Dios no aguarda detrás de la desgracia para que los hombres terminen adorándole. Nuestro dolor es el suyo”.

Monseñor Barrio anima a los enfermos “a contemplar la figura de Cristo resucitado mostrando las palmas de sus manos. En ellas reconoceremos tatuado el Sí definitivo del Padre a su Hijo Jesucristo, y a todos nosotros, sus hijos. Esas manos son signo de que el amor del Padre es más fuerte que la muerte”. Y señala que en las manos de Cristo “quienquiera que las contemple podrá reconocer en ellas todo el peso del dolor del mundo y también el realismo de la esperanza. Quien las está ofreciendo ha experimentado en propia carne la muerte y es el que nos puede decir: “Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos” (Ap 1,18). En su resurrección todos viven de su presente eterno y sus nombres quedan inscritos en el libro de la vida. Nuestras vidas están tatuadas en Dios”.

Además, recuerda el arzobispo, “a nadie como al cristiano le debe doler tanto el dolor de los demás, pero ese dolor nunca será piedra de tropiezo o escándalo para desconfiar de Dios”. En su carta, monseñor Barrio indica, además, que “la fe, la esperanza y la caridad han de tejer la alfombra que pisemos ante el sufrimiento y los enfermos”.