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María, Madre Inmaculada,
tu sí incondicional al Padre
nos regaló al Salvador,
fuente de vida y de plenitud.
Acudimos a ti,
desde lo más hondo de la vida,
y encomendamos a tu maternal sensibilidad
a quienes están viviendo el tiempo
amargo de la enfermedad,
y a quienes cuidan, curan y acompañan.
María, Madre de esperanza,
levanta a los que se encuentran postrados
y sin aliento,
infunde calor de vida en quienes
han perdido la ilusión,
acompaña a cuantos sufren la soledad.
Que encuentren Gracia en la desgracia,
salud en la enfermedad,
compañía en la soledad,
paz y serenidad en la angustia,
luz y sentido en las preguntas sin respuesta.
Que nunca les falte un corazón
que escucha, comprende, alivia y acompaña.
Amén.